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La Ciudad de México, una de las metrópolis más grandes y densamente pobladas del mundo, enfrenta un fenómeno tan alarmante como silencioso: el hundimiento progresivo de su suelo. Cada año, diversas zonas de la capital mexicana se hunden entre 10 y 30 centímetros, una cifra que puede parecer pequeña a simple vista, pero que representa una amenaza creciente para su infraestructura, seguridad y sustentabilidad futura. Este proceso, conocido como subsidencia del terreno, está relacionado principalmente con la extracción excesiva de agua del subsuelo, aunque sus causas y consecuencias son mucho más complejas y profundas.

Construida originalmente sobre lo que fue el gran lago de Texcoco, la Ciudad de México descansa sobre un lecho de sedimentos lacustres altamente compresibles. Estos materiales, al ser porosos y blandos, se compactan con facilidad cuando se les extrae el agua que contienen. Desde hace más de un siglo, el crecimiento de la población y la expansión urbana han requerido cantidades gigantescas de agua potable. Para satisfacer esta demanda, las autoridades recurrieron a la perforación masiva de pozos en el acuífero subterráneo, agotando las reservas más superficiales y extrayendo agua de capas cada vez más profundas.

El resultado ha sido un descenso alarmante del nivel freático, es decir, del nivel del agua subterránea, lo que ha provocado que el suelo pierda soporte y comience a colapsar lentamente sobre sí mismo. Este fenómeno no es uniforme: algunas colonias del centro histórico se hunden más rápidamente que otras zonas periféricas, y hay barrios enteros que ya se encuentran varios metros por debajo del nivel original en el que fueron construidos hace apenas unas décadas. En ciertas áreas, el hundimiento acumulado supera los 10 metros desde principios del siglo XX.

Los efectos de este hundimiento son visibles en muchas partes de la ciudad. Calles que se agrietan y deforman, banquetas desniveladas, redes de drenaje y agua potable que sufren rupturas constantes, edificios que se inclinan o fracturan, y sistemas de transporte como el Metro que enfrentan desafíos constantes para mantener su operatividad segura. Las autoridades destinan millones de pesos anualmente para reparar estos daños, aunque en muchos casos las soluciones son temporales debido a la naturaleza continua del problema.

Pero más allá del impacto urbano, la subsidencia también tiene consecuencias ambientales preocupantes. A medida que el acuífero se vacía, su capacidad de recarga natural disminuye. La compactación del suelo es un proceso irreversible: una vez que los poros del subsuelo colapsan, no pueden volver a expandirse, lo que implica que muchas de las reservas hídricas están perdiéndose para siempre. Esto limita las posibilidades de que el acuífero pueda recuperarse incluso si se disminuye la extracción en el futuro.

La situación es tan grave que estudios recientes, basados en datos satelitales y mediciones geodésicas, confirman que el hundimiento no solo continúa, sino que podría acelerarse si no se toman medidas urgentes. Instituciones científicas han advertido que, si la tendencia actual persiste, algunas zonas de la Ciudad de México podrían experimentar consecuencias estructurales críticas en las próximas décadas. Barrios enteros podrían volverse inhabitables o intransitables, y el costo de reparar o sustituir la infraestructura dañada podría volverse insostenible.

En respuesta, diversas propuestas han surgido. Una de las más ambiciosas es reducir significativamente la dependencia del acuífero mediante una mejor gestión del agua superficial, como el aprovechamiento del agua de lluvia, la construcción de plantas de tratamiento y la rehabilitación de cuerpos de agua locales. También se ha planteado la necesidad de reforestar zonas urbanas, construir parques con suelo permeable y recuperar el espacio hídrico del antiguo lago para facilitar la infiltración natural del agua al subsuelo. Sin embargo, estas soluciones requieren tiempo, recursos, voluntad política y, sobre todo, una visión de ciudad que vaya más allá de los ciclos de gobierno.

El hundimiento de la Ciudad de México no es un fenómeno nuevo, pero hoy más que nunca se perfila como uno de los retos más serios que enfrenta esta megalópolis. No se trata solo de un problema de ingeniería o de servicios públicos, sino de una advertencia geológica que nos obliga a replantear nuestra relación con el territorio, el agua y el modelo de desarrollo urbano. La tierra sobre la que se levanta la capital mexicana se hunde lentamente, pero la decisión de actuar puede marcar la diferencia entre un futuro viable y una catástrofe anunciada.