Durante mucho tiempo, los amantes de los animales han debatido si los gatos simplemente ignoran a los humanos por indiferencia o porque realmente no entienden lo que se les dice. Ahora, un estudio reciente ha arrojado luz sobre este eterno misterio felino: los gatos sí comprenden las órdenes humanas, pero a menudo deciden no obedecerlas. Y lo hacen de forma totalmente consciente.
Esta revelación no solo desafía viejos mitos sobre la inteligencia de los gatos, sino que también reconfigura nuestra comprensión de cómo estos animales perciben y responden a las interacciones con los humanos. A diferencia de los perros, cuya evolución ha estado profundamente ligada a la obediencia y la cooperación con los humanos, los gatos tienen una relación más independiente y selectiva con nosotros. Pero eso no significa que no nos escuchen… solo que, muchas veces, no les interesa actuar en consecuencia.
Investigadores de la Universidad de Kyoto (Japón) llevaron a cabo un experimento con un grupo de gatos domésticos, tanto en hogares como en cafés de gatos, en el que se analizaba su comportamiento ante la mención de su nombre por parte de personas conocidas y desconocidas, así como su reacción frente a órdenes simples como "ven aquí" o "bájate".
Mediante el análisis de las expresiones, movimientos de orejas, giros de cabeza y lenguaje corporal, los investigadores comprobaron que los gatos sí reaccionan al ser llamados por su nombre, e incluso distinguen entre voces conocidas y desconocidas. Sin embargo, esa reacción rara vez se traduce en una respuesta activa, como acercarse a quien los llama o ejecutar una orden.
En otras palabras: los gatos comprenden que los humanos se dirigen a ellos, pero simplemente deciden no responder si no lo consideran necesario o interesante.
A diferencia de los perros, que han sido domesticados durante miles de años para trabajar codo a codo con los humanos, los gatos evolucionaron como cazadores solitarios. Su domesticación, aunque relativamente reciente en comparación con los perros, no implicó la misma necesidad de complacer o colaborar. Por eso, los gatos no sienten la misma presión evolutiva de “obedecer”.
Esto no significa que sean menos inteligentes. De hecho, los gatos muestran una inteligencia social sorprendentemente compleja, pero su manera de interactuar con el entorno y con los humanos se basa en la evaluación de beneficios inmediatos. ¿Vale la pena ir hasta el sofá si me llaman? ¿Ganaré algo si salto al regazo de alguien? Si la respuesta no es un sí rotundo, el gato probablemente optará por quedarse donde está.
Este comportamiento ha generado, durante siglos, una fascinación casi mística por los gatos. Su aparente indiferencia ha sido interpretada como sabiduría, arrogancia o simple pereza. Pero la ciencia ahora sugiere que esa “indiferencia” es una forma avanzada de toma de decisiones autónoma.
Muchos dueños de gatos confiesan que, a pesar de que sus mascotas raramente responden a sus llamadas, pueden notar que sí los escuchan, incluso que se les quedan mirando, o que reaccionan cuando se menciona su nombre en una conversación. Esta observación cotidiana coincide con los resultados del estudio, reforzando la idea de que los gatos están más atentos a sus humanos de lo que aparentan.
Sí, pero no de la misma forma que a un perro. El entrenamiento felino se basa en refuerzos positivos y respeto a su independencia. Los gatos responden mejor a recompensas que consideran valiosas —como comida, juegos o caricias (cuando ellos quieren, claro)—, y el proceso debe ser más lento, más paciente y más estratégico.
Los expertos en comportamiento animal coinciden en que el éxito del entrenamiento felino no reside en lograr que el gato obedezca, sino en establecer una comunicación efectiva donde el animal entienda que colaborar con el humano también puede beneficiarlo.
Este estudio no solo nos dice que los gatos entienden las órdenes humanas, sino que también confirma algo que muchos sospechaban: los gatos tienen voluntad propia, prioridades distintas y una inteligencia tan sofisticada como enigmática.
Quizá no podamos esperar de ellos una obediencia perruna, pero sí podemos apreciar su singular forma de vincularse con nosotros. Comprender que su aparente desinterés es, en realidad, una elección consciente, nos permite relacionarnos con ellos desde un lugar de respeto y admiración, más que desde la frustración por no ser correspondidos en nuestros llamados.
Al final, los gatos no son indiferentes: son independientes. Y esa es, precisamente, una de las razones por las que los amamos tanto.