Pin It

España continúa rezagada en materia de innovación respecto a la media de la Unión Europea. Pese a ciertos avances en los últimos años, el país sigue un 11% por debajo del promedio comunitario, según el último European Innovation Scoreboard elaborado por la Comisión Europea.

El informe refleja que el índice de innovación en España alcanzó en 2023 los 96 puntos frente a los 108,5 de la media de la UE. Aunque la distancia con Europa se ha reducido en dos puntos porcentuales desde 2016 —cuando la brecha era del 13%—, el progreso resulta insuficiente si se compara con otras economías avanzadas del entorno.

España está un 15% por debajo de Francia, un 25% por debajo de Alemania y ligeramente por detrás de Italia (1%). Estas cifras evidencian la dificultad estructural del país para competir en el terreno de la innovación y el desarrollo tecnológico.

Un modelo empresarial con debilidades estructurales

Uno de los factores que explica este rezago es la estructura productiva española, dominada por pymes de baja intensidad innovadora. Las grandes empresas —que suelen ser las que más invierten en activos intangibles, digitalización e investigación— representan un peso mucho menor en España que en países como Alemania.

Mientras que en Alemania el 66% de los trabajadores está empleado en empresas de más de 50 empleados, en España esta cifra se reduce al 35%. Esta fragmentación limita la productividad: el rendimiento de las grandes empresas en España duplica al de las microempresas, lo que refleja la brecha en capacidad de inversión y eficiencia.

Imagen1Una imagen   vale mas  que mil palabras. En el  gráfico se muestra bien claramente  el índice de  innovación  respecto a los  otros países

 Fortalezas digitales, pero insuficientes

El informe también destaca algunos puntos positivos. España sobresale en competencias digitales avanzadas y cuenta con un nivel de empleo en ocupaciones intensivas en conocimiento similar al del conjunto de la UE. Sin embargo, estos logros no bastan para compensar el déficit en inversión en I+D.

El gasto en investigación y desarrollo alcanzó en 2022 los 19.325 millones de euros, según el INE, la cifra más alta de la serie histórica y con un crecimiento interanual del 12%, el mayor desde 2007. Aun así, el esfuerzo inversor sigue por debajo del promedio europeo, que ronda el 2,3% del PIB, mientras que España apenas supera el 1,4%.

La Estrategia Española de Ciencia, Tecnología e Innovación fija como meta llegar al 2,12% del PIB en 2027, un objetivo considerado ambicioso y que dependerá, en buena medida, de la capacidad del país para mantener o sustituir los fondos extraordinarios europeos procedentes del plan Next Generation EU.

Europa frente al reto global

En el contexto internacional, Suiza lidera el ranking con 151 puntos, mientras que Ucrania se sitúa a la cola con 33. La UE en su conjunto mantiene un desempeño superior a China y se acerca a Australia, pero se aleja de países líderes como Estados Unidos, Corea del Sur o Canadá.

Thierry Breton, comisario europeo de Mercado Interior, ha insistido en la necesidad de reforzar las capacidades nacionales: “La UE debe liderar los mercados del futuro mediante la inversión en productos innovadores y tecnologías limpias, para mantener la competitividad y crear empleos de calidad en una economía descarbonizada”.

El gran desafío español

El reto para España pasa por mejorar la transferencia de conocimiento desde el sistema universitario hacia las empresas, reducir la dependencia de microempresas de bajo valor añadido y fomentar la colaboración público-privada en proyectos tecnológicos.

Además, es crucial alinear la formación de los trabajadores con las demandas del mercado laboral, particularmente en sectores estratégicos como la inteligencia artificial, la biotecnología, la transición energética y la ciberseguridad.

En definitiva, España avanza, pero lo hace a un ritmo más lento del que exige la competencia internacional. La innovación, considerada la palanca esencial para generar crecimiento sostenible y empleo de calidad, sigue siendo la gran asignatura pendiente de la economía española.

 Reformas estructurales y presupuestarias necesarias

Para cerrar la brecha en innovación, España necesita mucho más que inyecciones puntuales de fondos europeos. Requiere un cambio profundo en su modelo productivo y en la orientación del gasto público:

Reforma empresarial: fomentar el crecimiento de las pymes para que puedan transformarse en medianas y grandes compañías con mayor capacidad de inversión en I+D. Esto exige menos trabas burocráticas, un marco fiscal más favorable a la reinversión de beneficios y un acceso más ágil a la financiación.

Reforma educativa y laboral: alinear la formación universitaria y de FP con las necesidades tecnológicas del mercado laboral. Impulsar carreras STEM, atraer talento internacional y favorecer la recualificación digital de los trabajadores.

Reforma de la transferencia tecnológica: mejorar los mecanismos que conectan universidades, centros de investigación y empresas. Hoy gran parte del conocimiento generado en el sistema científico español no se convierte en productos, patentes o servicios de mercado.

Reorientación presupuestaria: destinar progresivamente más recursos estructurales a la I+D, incluso aunque suponga recortar en otras partidas menos productivas a medio plazo. El contraste entre los 19.000 millones en innovación y los 42.000 en intereses de la deuda evidencia la necesidad de una disciplina fiscal que libere espacio para la inversión en futuro.

Política industrial a largo plazo: priorizar sectores estratégicos como la inteligencia artificial, la biotecnología, la energía limpia, la ciberseguridad o la movilidad eléctrica, con incentivos claros para atraer capital privado y talento.

Reflexión final: elegir entre pasado y futuro

La falta de inversión suficiente en I+D no solo ralentiza la convergencia con Europa, también compromete la capacidad del país para generar empleos de calidad en sectores estratégicos. España debe decidir si sigue destinando la mayor parte de sus recursos a gestionar su deuda o si reorienta su esfuerzo hacia la innovación.

Porque el verdadero dilema no es económico, sino estratégico: apostar por pagar el pasado o invertir en construir el futuro.