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Mientas que hay provincias que no registran ni una sola patente, otras 25, es decir la mitad de España, están por debajo de las 10 patentes.

España registra 28 patentes por cada millón de habitantes, según los datos de la Oficina Española de Patentes en el año 2019. El número total de solicitudes el pasado año fue de 1.358, lo que supone un descenso del 14 por ciento respecto al año anterior que, a su vez, también registró otro notable descenso.

Se da la circunstancia que una provincia como Lugo, no registró ni una sola patente. Y que cuatro mas: Lérida, Zamora, Ávila y Palencia solo registraron una patente cada una de ellas. Y si tomamos el conjunto español , la mitad de sus provincias, veinticinco, no alcanzan las 1o patentes al año cada una.

Por Comunidades Autónomas, la Comunidad de Madrid es la que alcanza el mayor número de registros con 278 en total , seguida de Cataluña (202), Andalucía (183) y La Comunidad Valenciana (181)

El descenso de patentes se viene acrecentando en los últimos años arrojando unos datos que se alejan mucho de nuestros competidores mas inmediatos dentro de la Unión Europea. Sorprende la pujanza de Andalucía que aventaja incluso a la Comunidad Valenciana que ha sido tradicionalmente mas activa. Y se ralentiza Cataluña respecto de Madrid.

Nadie se pregunta qué pasa ?

A la luz de estos datos, parece evidente que urge un análisis para saber a qué se debe este descenso continuado y que medidas conviene aplicar para paliarlo. Pero , parece que nadie se interesa por este hecho. Un país que pretenda competir no le queda otro remedio que diferenciarse de los demás por su aportación en innovación. Las patentes son las herramientas mas directas para buscar valor añadido y poder “vender” talento. Sin novedades no hay posibilidad de ir un paso por delante y, por tanto, la “oferta” del país se torna obsoleta. No podemos perder industria si queremos tener un equilibrio en la actividad económica. Cuando las cosas van mal, como es el caso del actual coronavirus, los servicios caen en picado y muchas industrias actúan como máquina locomotora.

Las autoridades que tienen la competencia en materia de I+D (industria, educación, trabajo, economía…) tendrían que estar haciendo un diagnóstico de urgencia y aplicar remedio a este despeñamiento. La propia Oficina Española de Patentes debería acometer una acción de sensibilización a nivel de país para poner en valor la propiedad industrial y animar a particulares, empresas, organismos y universidades a investigar y, a la postre, patentar. Una patente es un “valor” susceptible de transferencia y por tanto, un activo importante en el que merece la pena invertir. Así también cambiaría la connotación que tienen los inventores – e incluso los investigadores- de que son gente excéntrica o que van por libre y que están alejados de la realidad humana. ¡Pero si los grandes inventos de las historia vienen de inventores -o investigadores- privados!

Un invento, de por si, es nuevo y puede tener una traducción inmediata en el mercado. En ese proceso deja tras de si, muchos puestos de trabajo y una implicación de varios sectores. Cualquier puesta en marcha de un invento, aunque sea pequeño, requiere del concurso de otros: un molde, una caja de cartón, tinta, plástico, transporte, especialistas en marketing, contables, publicistas, etc.

Los inventores cargan con el peso de la innovación
Por otro lado, los inventores, a diferencia de organismos o universidades son los únicos que cargan con la responsabilidad de la inversión. Ellos soportan todo el proceso y riesgo y ofrecen el “producto” ya acabado para poder industrializarlo y comercializarlo. Por tanto, eso además conlleva, aparte del esfuerzo económico, una frustración personal incalculable. Algo que está listo para generar riqueza , se queda parado por falta de un empujón que lo llevaría al éxito. Como sociedad no nos lo podemos permitir.

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